miércoles, 8 de junio de 2011

No me patees en la cara.

Una resonancia magnética enfermiza y desazonada, una intervención quirúrgica a la que sometí mis enteras creencias, al final no hemos podido salvar casi a ninguna, unas ya no tenían arreglo ya se disociaban y en las mañanas a la hora de ducharse se les caía la pintura, oleos baratos y sueños resquebrajados por el tiempo que a la final nunca es tanto pero si es suficiente, a otras les he cambiado la cara ya no lucen igual, no visten igual, no respiran igual se han dado la vuelta viven de cabeza colgando de un árbol color otoño que en vez de manzanas da rifles más negros que la lujuria, he besado al miedo en la mejilla le he dado un abrazo caluroso y ¡ose! a pedirle que se sentara junto a mí, le dije que viéramos una película domiciliaria sobre un homicidio y un romance azul, le he contado todo lo que hemos perdido él y yo, todo eso que se nos resbalo y ahora está roto.

Mi silencio y yo nos hemos convencido de que amamos el viento cuando en realidad preferimos la lluvia. Sí, y bailar debajo un paréntesis helado de agua hirviendo, debajo de algo que no es un sollozar si no que más bien es una sucesión indefinida de alegrías, pero de esas que al final del día no alegran tanto y duelen en las pestañas.

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